Uno
se pregunta si cabía la delicadeza de una perversión sublime en el acto de
verla respirar mientras dormía del otro lado de la cama, con la luz de la luna
dibujando su torso desnudo que me daba la espalda. Y querer aprender a dibujar
al carbón con la única intención de poder plasmar tan bella imagen en un
momento irreal de inmortalidad tan inoportunamente insertada en la imperfecta
realidad.
Y
cuando despertaba y me sorprendía mirándola desde el otro lado del lecho que
supimos compartir menos noches de las que fueron necesarias para cubrir mi
recuerdo de nostalgias, tenía que enmascarar su sorpresa con ciertos versos
escondidos en la penumbra de una noche inconclusa, interrumpida por la vigilia
del amor inesperado. Respuestas inquietas con las paredes por duros testigos de
la obsesión de mirar en mi vigilia ese cansancio tan suyo.
Hoy
ya no se disfrazar esta inquietud que me despierta a media noche, de saber que
respira sin mi obsesiva vigilancia. Ya no se si otro mirará su silueta bajo la
luna de una noche fría de finales de octubre, o si ella despertará para
sorprender una mirada ausente en sus noches. Solo me queda cierto vacío al que
he tenido la gracia de llamar nostalgia, y a ratos con cierta valentía, clamo
porque se llame melancolía.