jueves, 17 de febrero de 2011

Schlomo



Una mañana amanecí y ahí estaba. Mostrando sus grandes ojos gatunos me miraba desde lo alto del librero más grande. Se notaba que mi despertar lo había distraído de su lectura de mi Historia de la Psicología.
Me hice de la vista gorda y salte violentamente de mi cama. A unos cuantos pasos mi perro exigía q le abriera la puerta para salir a satisfacer sus necesidades naturales. Abriendo la puerta y caminando tras mi perro hacia el patio, seguí pensando que mis sueños seguían jugando conmigo con un despertar mezclado con fantasía.
Me equivoque.
Regresaba a mi cuarto y el seguía ahí, moviendo su negra cola plácidamente de un lado a otro, contoneando su felina y negra figura por mi cuarto, viendo distraídamente mis libros.
"Bonita biblioteca tienes", susurro mientras volteaba la cabeza hacia mí. Cual si fuera natural que los gatos negros no solo supieran hablar, sino que también apreciaran la lectura razonada, le respondí con un "gracias", mientras me dirigía una mirada un tanto penetrante. Sus ojos habían buscado directamente los míos y me apresaban en la búsqueda de las repuestas a mis preguntas sin formular. El me respondió:
"No te extrañes, soy parte de tu inconsciente. He sido traído como manifestación de tus miedos, tus deseos, tus aficiones y principalmente por tu consciente alergia a los gatos. De mi nombre no puedo decir más que expresas cierta admiración a quien anteriormente lo portaba. Soy Schlomo y soy tu psicoanalista, gato imaginario que viste de negro. Judío para terminar de pintar la imagen."
Mi sorpresa no tenia limite. La palabra "imaginario" seguía retumbando en mis oídos. Nunca había creado un personaje imaginario y a mis 23 años ya era algo tarde para hacerlo... creía yo. Pero ahí estaba, mirándome entre mis cosas, con sus garritas husmeando.
Los días desde ese amanecer se han vuelto una sorpresa. Esta cuando me acuesto y cuando despierto. Ha sido extraña la naturalidad con la que he tomado su habitar en mis horas ocupadas, así como la tranquilidad que me da saber que hay una parte de mí que no se hunde con mis achaques de nostalgia. Irónica su postura, se yergue con mis miedos y bosteza con somnolencia con mis triunfos. Confuso a veces, pero trato de comprender su existencia.
Este es Schlomo.

martes, 15 de febrero de 2011

Flores de cementerio



Alguna vez conocí a una mujer que olía a muerte. Olía a flores secadas bajo el sol, cuando la soledad de las tumbas permite que vayan perdiendo su belleza fúnebre con el paso de los días. Olía a agua podrida por los tallos de las flores muertas cuando el sol no alcanza a quemarlas. Paseaba por el centro como si la tarde no la marchitara. No se si era un halo de mortandad lo que la rodeaba a causa de su ocupación o era por otro motivo.
Ella olía a flores de cementerio.