Uno se pregunta tantas veces
como puede, ¿cuándo es “suficiente”? ¿Comprobamos que nos hacemos viejos
mientras nos seguimos preguntando por la llegada de ese rayo?
¿Cuándo es suficiente mientras esperamos eso que anhelamos?
Una vez quise mariposas. Y
esperé al tiempo en que invades las calles adoquinadas de Querétaro. Esperé
bajo la lluvia y bajo el sol. En sombra y bajo las miradas de los transeúntes.
Y por fin, una tarde de finales
de septiembre, llegaron. Pero cuando quise verlas revolotear, correr tras su
vuelo y admirarlas posándose entre los árboles de los patios ajenos, ya no las
deseaba. Las detestaba por la espera, al grado de ignorarlas por completo.
¿Cuándo es “suficiente” en
la espera de la persona indicada?
Entonces juntamos las dos
palabras y tenemos un sueño frustrado. “Suficientemente adecuada”. Nos
conformamos con aquella situación que parece tan distinta a la planeada y
tratamos de adecuarla. Nos rascamos la cabeza y nos tapamos el corazón con una
venda para no distinguir al sustituto. Y suspiramos por el sueño perdido.
Nostalgia para evitar el
vacío, para no vernos locos esperando, habiendo perdido los tiempo de la fe
perfecta.
Jugar un poco con ingenuidad
y malicia. Saber que nos engañamos, prometiéndonos ser felices “la próxima vez”.
“Suficientemente adecuada la
próxima vez”
Y creamos utopías que se
encuentras en la travesía entre lo fantástico y lo real. Porque ya soñamos y no
llegó lo soñado. Y porque experimentamos y nos dio solo la posibilidad de
perdernos en un juego que sabíamos de antemano que no íbamos a ganar nunca.
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