sábado, 4 de mayo de 2013

Hipno habitante


Era preciso que me tomara unos momentos y la viera transitar la habitación en su ropa interior. Esa piel que dejaba ver detalles de encaje negro y deseo explicito, mientras me iba permitiendo quererla tanto como si no pueda sostenerme en mí.
Volteó, cruzamos miradas, y mientras mi respiración era la agitada oxigenación de mis células dilatadas bajo su goce, ella  jugueteaba con el espacio vacío de la habitación que el humo que su cigarrillo no invadía.

Parpadeo.

Las olas de las sábanas la rodearon, permitiendo que entre sus pliegues se perdiera la poca ropa que le cubría. Lenta y suavemente la espuma de esas olas blancas la hacían emerger para respirar, ella y yo, bajo el ensueño del momento, donde todo perdía espesura y dejaba el ambiente como si Hipno vagara sobre nuestras cabezas.
Quise llamarle a mi lado, salvar el poco espacio entre las sedientas llamas de mis dedos y su piel inundada de la esencia de mi saciedad. Pero solo el aire y las sábanas la acariciaban, creando celos en mí.

Respira, respira.

Recuerdo que bajo estas manos ella temblorosa se entregó al deseo compartido; y entre suspiros y lenguas titubeantes que jugaron a pertenecerse encontramos las caricias necesarias para estremecernos y jurarnos la noche de las violetas.