martes, 29 de diciembre de 2009

Escrito

-“¿qué es el sentido común?”- se preguntaba mientras el café se iba enfriando sobre la mesa, junto a un cigarro y el diario de la tarde. La bocanadas de humo iban esparciendo su tibio sabor seco por tomas sus papilas gustativas, mientras el aire tornaba el ambiente más frío a su alrededor. Sabía que nunca encontraría una respuesta satisfactoria a su pregunta, más sin embargo le gustaba preguntarse por cosas complicadas para hacer de su mente un embrollo, antes de poder disponerse a debatir consigo mismo si era conveniente seguir en el café de siempre, con el frío adentrándose en sus pulmones, en lugar de ir a su casa, con sus gatos y la calefacción, mientras el trabajo seguía agolpándose encima del escritorio.

La vida ya no era la misma. Los rincones de la ciudad, que antes le parecían novedosos y sin un alma exploradora que los hubiera transitado antes, ahora regresaban a la normalidad, donde los cientos de pares de pies los recorrían una y otra vez en el vaivén de la vida citadina. Las pequeñas – grandes preguntas sin razón le hacían regresar a ese estado de inmadurez emocional, donde las preguntas solo tenían las respuestas que solo lo conformaran a él y solo a él.

Caída la tarde sobre los hombros de los transeúntes, presurosos por encontrar un refugio apropiado para sus cansados pies, la lluvia se pintaba como un porvenir inevitable y furioso. La brisa fresca de la noche solo era el mensajero de los dioses pluviales sobre los hombres, mientras él se distraía con el movimiento fugaz de su pensamiento.

-“¿Alguien leerá realmente su columna vespertina?”

Cuanto el pensamiento se agolpaba en esas situaciones, solo se distraía escribiendo una línea más sobre el papel de su diario – agenda. Cuando las cosas perdían su sentido, solo se limitaba con acariciar un rato a Rufus, y oírlo ronronear sobre su regazo. El gato y la agenda – diario se quedaron en casa.

Oía los sonidos sordos del invierno, dando pequeños tropiezos por entre las calles adoquinadas del principal cuadro céntrico de la ciudad. Y cuando por fin la soledad acompañada del momento taciturno del día lo embarcaba en un nuevo sopor de nostalgia por las personas lejanas, pensaba en una nueva taza de café.

-“¿Son las cosas materiales, junto con las obligaciones inventadas de la sociedad, las que nos distraen de tan dichosas tarde de ensimismamiento? ¿Lo que me hace falta ahora es un gato nuevo, o un libro sin leer, o una columna que escribir? ¿Cuántos hombres pasarán por aquí, sin saber que estoy pensando en cosas que nos incumben a todos y que solo unas cuantas personas leerán en el diario vespertino de mañana?”

Las cuestiones seguían sin ser resueltas satisfactoriamente, mientras el café se enfriaba entre sus manos, a falta de un bolígrafo y un papel para distraer a sus dedos huesudos.

-“Creo que es hora de regresar a casa”


5:00 hrs

El escritorio está ahora vacío.
El pisapapeles está tirado en el piso, mientras las hojas se suspenden en la pared, sostenidas por grupos con tachuelas que las sostienen.
Cuantas cosas quiero escribir y no puedo. La mente no me da la solución para poder plasmarlas en el papel, sin que pierdan esa esencia con la que se presentan mis ideas en la mente. No sé si alguien, alguna vez, sienta la necesidad de leer y releer mis escritos, buscando el oscuro secreto que guardan la palabras tras de sí. Resultan ser la estorbosa necesidad de querer exponer mis ideas a quien quiera leerlas y releerlas.

Alguna vez en mi juventud más plena, mientras los rayos del sol no me lastimaban los ojos ni el viento me parecía tan fastidioso, me pregunté si había la necesidad de escribir todo lo que se ocurriera dar a conocer al mundo, dentro de mis introspecciones. Alguna vez encontré la saciedad de mis noches noctámbulas en el deseo de ser famoso y ser reconocido mundialmente. Otras noches encontraba la solución en el simple gusto por escribir todo lo que se me ocurría. Y sin embargo, nunca llegué a sentirme completamente feliz por lo escrito, o por lo expresando por la palabras. La saciedad intelectual me resultó ser inalcanzable e incomprensible. La complejidad de mis pensamientos solo me dejaba con un gran vacío interior, cuando el intelecto y las palabras me fallaban. Entonces llegaba ese dolor punzante en el pecho, como presionando terriblemente mi tórax contra mi espalda. La desesperación invadía mi ser en su toda su extensión, desde el deseo de querer terminar tan agobiante actividad y la obligación de no poder hacerlo, hasta la reacción psicomotora de expresar mi tensión haciendo temblar las piernas cual si quisieran emprender la huida sin el resto del cuerpo. La desesperación llegaba en todo su esplendor, cuando veía un fin incierto en mis escritos.
Entonces, la desidia, la distracción, el hambre, el sueño.
Eran el motivo idóneo para terminar como se pudiera. Total... siempre hay otro dìa.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Trasnochado

Eso me pasas por dormir demasiado tarde.
Me he acostumbrado a dormir demasiado tarde y levantarme demasiado temprano. Por eso termino durmiendo en cualquier lado a medio día. jejejejeje

Son las 12:41 pm.
Realmente ya me cansé de muchas situaciones y de muchos aspectod de mi vida, los cuales solo me causa algunas preocupaciones, pero no menos satisfacciones pasajeras.
Posiblemente he lastimado a más de una persona, y al final también lo lamento. En verdad no soy un descorazonado. AL contrario.... soy muy aprehensivo, por lo que mis amigos no podrán recriminarme.

Posiblemente esto que escriba no tiene ningún interés para nadie, pues no creo que alquien se dedique a leer lo que escribo en los diferentes lugares en donde escribo, mas sin embargo dentro de mí todavía existe la mínima esperanza de que un@ transnochad@ como yo, no tenga algo más que hacer y lea estas cosas.

Son las 12:45 pm